El lobo entró en pánico, se suponía que era él quien acechaba. ¿Qué había sido todo eso? Tragó saliva, tomó coraje y volvió a mirarla, la abuelita estaba como hipnotizada con la vista fija entre las patas peludas del animal. El lobo sacudió la cabeza nervioso, había pocos pasajeros y todavía no llegaban al bosque.
Instantes después, lo sobresaltó un suave toque en el hombro. Era una mujer con un bebé que le señalaba algo en el suelo:
—Se te cayó la billetera, flaco.
El lobo la levantó y agradeció juntando las palmas. En el asiento del fondo, la vieja no pudo reprimir un gesto de fastidio.
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