Cupido apuntó al generoso pecho de una doncella, hasta ahí parecía un tiro fácil, pero la flecha rebotó en las siliconas y se volvió, traicionera, contra el remitente.
Ahora el angelito la persigue loco de amor y ella le saca toda la plata.
Está en el patio del pabellón de mínima seguridad, dónde a los reclusos les falta poco para salir. Desde la calle parece un buzón y desde adentro es un hueco en el muro con forma de máscara, con una raja fina a la altura de la boca. Para algunos es un placer, para otros una dulce tortura, pero todos quieren meter la cara, sacar la lengua y saborear un poquito la libertad.