—Vamos, viejo, tienes que irte...
—¿Acaso no puede beber un hombre el día que lo han despedido del trabajo?
—Pienso cerrar a las doce y faltan dos minutos. Espero que tengas para pagar...
El tipo tosió aparatosamente cubriéndose la boca con el puño y con la misma mano sacó un grueso rollo de billetes. El cantinero tomó una cantidad más que generosa y le sirvió un último whisky que el borracho apuró de un sorbo.
A continuación, el cantinero lo agarró por el cuello del gastado abrigo y a empujones lo acercó hasta la puerta.
El borracho cruzaba el umbral entre toses y sollozos en el exacto momento en que el campanario anunciaba la medianoche. Un muchachito de impecable traje aprovechó para colarse al interior del local.
—Está cerrado —le dijo el cantinero.
—¿Es que acaso no puede festejar un hombre que ha conseguido su primer trabajo?
El aire viciado de la taberna lo hizo toser.
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