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martes, 21 de julio de 2020

El protegido

No recuerdo cómo nació nuestra amistad, si se le puede llamar así a ese sentimiento de sobrevivir juntos en un lugar donde las peleas se daban todos los días.

Yo era más grande y algo más fuerte, pero Jorge me protegía a mí, porque estaba en la tumba desde antes.

Ganamos y perdimos mil veces, defendiéndonos siempre espalda contra espalda, de los guachos grandes.

Después de que nos liberaran seguimos juntos, él tenía sus contactos en la villa y cuando necesitamos ranchar, nos recibieron sin preguntas. 

Ahí escuché de los “trabajitos”, que dejaban buena guita sin rogar la changa ni poner el lomo. Historias emocionantes sobre reventar una agencia de quiniela o tirotearse con la yuta y manejar falopeados hasta el aguantadero. Me sentía uno más y me podían las ganas de salir a poner el pecho con ellos.

Un día se terminó la fiesta y llegó el momento, me dieron un fierro viejo. Jorge me advirtió que no tiraba. Por el camino paramos a cargar nafta. 

―Pendejo, andá a comprar unas petacas y puchos ―me ordenó con dureza.

Cuando volví, ya no estaban. ¡Cómo lo putié!

De ese trabajito no volvió ninguno.

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