Azaharaia, la chica árbol y él llegaron a ese peligroso planeta buscando al niño robot.
Escucharon sus gritos de auxilio al fondo de una fosa ectoplasmática.
Un comedido Laipón local se ofreció a ayudarlo a bajar.
―No veo nada ―. Acababa de decirlo cuando un metapalo gigante se abalanzó sobre él.
El insectoide lo eludió trepando por la cuerda y el monstruo cerró sus fauces sobre el gancho.
El astuto Laipón lo sacó del ectoplasma y le rebano la cabeza. Luego guardó gancho y soga en una bolsa.
―¿Y Ocho pines? ―preguntó la chica árbol, que había sostenido la cuerda entre sus ramas.
―No está allí ―contestó el insectoide todavía en shock. Y dirigiéndose al laipón. ―¡Maldito!, me usaste como carnada… proyectaste la voz al fondo del pozo.
―Sé donde está su amiguito. Vamos, se los contaré todo en la cena.
Al interior del insectoide sus deseos de venganza luchaban contra un manjar de metapalo. El hambre volvió a ganar la partida.
―Sé donde está su amiguito. Vamos, se los contaré todo en la cena.
Al interior del insectoide sus deseos de venganza luchaban contra un manjar de metapalo. El hambre volvió a ganar la partida.
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