Ahí van los años eternos de la infancia, gota de témpera cada vez más grande y difusa en el agua de mis recuerdos.
Aquí llegan los apurados años de la vejez, acribillando sin piedad nuestro presente, empujándonos al momento final.
¿Cuánto dura un verano a los diez años, caminando a dos pasos de mi perro? Mil vidas.
¿Y un otoño a los ochenta, con ojos miopes adivinando el atardecer? Si acaso lo que un balazo en la frente.
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