Por supuesto, tú quieres tu biorritmo oxigenado —lo que sea que eso signifique—, así que doblas a la izquierda en la plaza, en lugar de continuar recto como siempre.
Un viejo taxista se queda mirándote el culo, el camión detrás suyo le toca bocina, la bocina despierta a un perro en un balcón del tercer piso donde varios obreros están bajando un piano a pulso.
Los ladridos del can espantan al gato que araña a su dueña. Ella derrama la jarra de café hirviendo sobre la raja expuesta —un clásico— del más fornido de los mudadores de pianos.
La soga resbala de sus manos, el piano cae en el exacto momento en que vas pasando debajo.
A tres metros de tu hueca cabeza, se detiene. Los cargadores han recuperado el control del armatoste a tiempo.
Tu sigues como si nada, aliviada de haber oxigenado tu biorritmo, pensando en comenzar la dieta de la luna. Ignorando lo cerca que has estado de morir, por estúpida.
¿Yo?, yo me tomo otra raya de coca, envío esta mierda de escrito al editor y te aborrezco con toda mi alma.
Un viejo taxista se queda mirándote el culo, el camión detrás suyo le toca bocina, la bocina despierta a un perro en un balcón del tercer piso donde varios obreros están bajando un piano a pulso.
Los ladridos del can espantan al gato que araña a su dueña. Ella derrama la jarra de café hirviendo sobre la raja expuesta —un clásico— del más fornido de los mudadores de pianos.
La soga resbala de sus manos, el piano cae en el exacto momento en que vas pasando debajo.
A tres metros de tu hueca cabeza, se detiene. Los cargadores han recuperado el control del armatoste a tiempo.
Tu sigues como si nada, aliviada de haber oxigenado tu biorritmo, pensando en comenzar la dieta de la luna. Ignorando lo cerca que has estado de morir, por estúpida.
¿Yo?, yo me tomo otra raya de coca, envío esta mierda de escrito al editor y te aborrezco con toda mi alma.
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