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jueves, 7 de marzo de 2019

Pantano Grande

—¿Amor?
―…
Un suspiro y tu respiración acompasada confirmaron mis sospechas, el cansancio de la playa había ganado la partida.


La noche vestía un gris plomizo y la lluvia sobre el capot producía ese ruido blanco, acogedor y relajante. 


El retrovisor reflejaba la imagen de nuestros hijos, dormidos en la comodidad del asiento trasero. Solo quedábamos el volante, la ruta y yo. Y la noche...

El vaivén del limpiaparabrisas estimulaba mi mente. Los pensamientos saltaban de una idea a otra hasta aferrarse a la más terrible:


"Todo lo que tengo, mi vida completa, todo lo que soy, vuela a ciento veinte kilómetros por hora en este proyectil de dos metros cúbicos de acero".

Aminoré la velocidad espantado y la entrada de ese pueblo desconocido surgió de entre las tinieblas como una tabla de salvación.

Salí de la ruta y tomé el camino de acceso.

—¿Dónde estamos? —preguntaste entredormida.
—En casa, mi amor, siempre estamos en casa...







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