―…
Un suspiro y tu respiración acompasada confirmaron mis sospechas, el cansancio de la playa había ganado la partida.
La noche vestía un gris plomizo y la lluvia sobre el capot producía ese ruido blanco, acogedor y relajante.
El retrovisor reflejaba la imagen de nuestros hijos, dormidos en la comodidad del asiento trasero. Solo quedábamos el volante, la ruta y yo. Y la noche...
El vaivén del limpiaparabrisas estimulaba mi mente. Los pensamientos saltaban de una idea a otra hasta aferrarse a la más terrible:
"Todo lo que tengo, mi vida completa, todo lo que soy, vuela a ciento veinte kilómetros por hora en este proyectil de dos metros cúbicos de acero".
Aminoré la velocidad espantado y la entrada de ese pueblo desconocido surgió de entre las tinieblas como una tabla de salvación.
Salí de la ruta y tomé el camino de acceso.
El vaivén del limpiaparabrisas estimulaba mi mente. Los pensamientos saltaban de una idea a otra hasta aferrarse a la más terrible:
"Todo lo que tengo, mi vida completa, todo lo que soy, vuela a ciento veinte kilómetros por hora en este proyectil de dos metros cúbicos de acero".
Aminoré la velocidad espantado y la entrada de ese pueblo desconocido surgió de entre las tinieblas como una tabla de salvación.
Salí de la ruta y tomé el camino de acceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Que te pareció esta historia?