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miércoles, 13 de marzo de 2019

Five o´clock tea

Hace días que Henri le está sirviendo al señor Vandetti un té muy especial.
¿Cómo puede convidarle algo tan suyo este pobre diablo ―boliviano para más datos― al distinguido señor sorete, dueño de la joyería más importante de Buenos Aires?
No lo hace voluntariamente aunque no deja de ser gracioso.

¿Que persigue este insignificante obrero de la construcción, permitiéndole tomar de su brebaje taza tras taza? ¡Que lo reconozcan, que lo traigan del olvido!
Lo hace todo a través del conveniente servicio de la confitería Bon appetit, que hierve el agua del grifo antes de verterla en una tetera de plata.
Pero hay algo raro en ese té, un sabor apenas grasoso, como de agua de fideos.

—¡Esto jamás me hubiera pasado en Zúrich!, 
grita el acaudalado hijo de puta. 

Ante cada rechazo cambian el pedido pero no hay caso. Varios días después, el sabor se hace notorio, insoportable. El té le da diarrea.
Al cabo de un mes, la administración del flamante shopping de lujo, alarmada por las constantes quejas, revisa la azotea y encuentra a Henri.
Su cuerpo podrido flota dentro del gigantesco tanque de agua general, sin que nadie haya notado su ausencia. Curiosamente, el cadáver sin labios de Henri sonríe.


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