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martes, 12 de marzo de 2019

El comienzo

“El hombre se transformó en una sombra de sí mismo.”


Desde pequeño tenía la extraña capacidad de manejar sus sueños. Tal vez su condición de huérfano y sus ansias frustradas de conocer mundo tuvieran que ver con eso.
Esa noche era un niño vestido de domingo. Estaba arrodillado, con el traje embarrado, al costado de una acequia, pescando anguilas. A su alrededor, junto al mar, se extendía un miserable poblado de casas desvencijadas de madera.

Una joven monja apareció para reprenderlo. Limpió sus rodillas con un pañuelo inmaculado y lo llevó de la oreja a una iglesia abandonada. Allí, lo acostó sobre un destartalado altar sin cruz. Ya no era más un niño, ahora la veía hermosa como una virgen. A continuación, se recogió el hábito, trepó sobre su cuerpo desnudo y comenzaron a fornicar con lujurioso placer...
Algo no andaba bien. ¡Ella cambiaba! Su cara era la de una anguila de río, sus brazos, tentáculos que le aprisionaron muñecas y tobillos. Le dolía ahí abajo; trató de salirse de su cuerpo sinuoso.
Ella continuó moviéndose sin hacer caso de su resistencia. Con todo, sintió subir el inminente orgasmo. Ya estaba allí.

La mujer anguila emitió un sonido bajo y borboteante, ¡kgluglub! Sin poder evitarlo, eyaculó con fuerza en su interior mientras sentía como si desovara en su espíritu.
Despertó gritando, en su cama del refugio para indigentes. En el baño, comprobó la hinchazón enrojecida de su entrepierna y un hedor a pescado rancio le devolvió la sensación de haber sido vejado. Entonces rompió a llorar sin remedio al comprender que esa pesadilla solo había sido el comienzo de algo mucho peor.


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