—Puedo cocinar cosas mil veces mejores —respondió orgulloso el cocinero—. Yo fui el chef más importante del sistema Khrolnaga. Cociné para soberanos, dignatarios y deidades, antes de caer en desgracia.
El humilde puesto de comida Zupvelyana atrajo la atención del insectoide durante su paseo. Intuyó que conseguiría allí, algo diferente a los horribles entremeses de Qornk. Aceptó con gusto la recomendación del cocinero: Glumboryetas rellenas en salsa de fhrizyxukas.
—¿Y cómo terminaste terminó en este rincón olvidado de la galaxia? —zumbó, masticando una Glumboryeta.
—Una desgracia; ocurrió hace mucho tiempo. Voy a contártelo para sacarlo de mi cabeza. —Sus orejas humeaban de tristeza—. Debía cocinar para la familia imperial, una oportunidad única. Sabía que ellos gustaban de un plato especial. Se deleitaban saboreando las complejas ondas cerebrales que emitía cierto animal servido vivo.
En cambio, les preparé una excelente combinación simbiótica múltiple que, esperaba, causara un efecto similar.
El caso es que no les gustó para nada. La emperatriz sufrió una extraña alergia y feneció poco después. Para mí, significaba el exilio o la muerte.
—Mala decisión, debió ir a lo seguro.
—Es que no pude conseguir el ingrediente principal, Envié un cazador a buscarlo, nunca volvió.
Desde que la factoría donde los clonaban explotó, los humanos están virtualmente extintos.
¡Volver a la nave nodriza!
Si seguimos así nos terminaremos siendo alimento de los insectoides. Espero que ellos hagan un mejor papel.
ResponderEliminarBuena escena.
Un saludo, Diego.
La saga propone bajarnos un poco del pedestal de amos del universo, al que nos subimos sin razón.
EliminarBuen olfato.
Gracias por pasar Federico. Un abrazo.