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viernes, 23 de noviembre de 2018

Despedida

Era imponente, desbocada, escandalosa. Un vendaval, ¡que belleza!

Ahora sonrió, pero entonces estaba muerto de miedo. Mi ropa y sus gritos salían volando por el balcón, pero la ropa se compra y los insultos resultan inofensivos cuando al insultado no le hacen sentido.

De todo lo que me gritó solo recuerdo ¡pichurria! y ¡gonorrea!, más que nada por el cuidadoso desprecio que puso al pronunciar las doble erre.

Antes de dar vuelta la esquina le tiré un beso al aire, tragué el nudo que tenía en la garganta y murmuré:

—Chau, colombiana.







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