En el centro de la galería, la diosa de ébano acapara todas las miradas, arranca suspiros con sus curvas sensuales. Mientras los ricachones enloquecen admirando sus rasgos exóticos y compiten por hacerla suya, ella solo tiene ojos para el viejo de rostro arrugado, melena gris y manos callosas. Ese que a golpe de formón la fue liberando lentamente del tronco que fuera su prisión.
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