En el kiosko de una gasolinera, el muñeco de felpa sueña con los brazos de un niño.
Está triste y enojado pero su boca cosida permanece muda y sus ojos de plástico no pueden llorar.
Lamentos y lágrimas se acumulan en su interior y con el paso del tiempo envejece depresivo y amargado.
Perdida su cuestionable belleza, su piel es rasgada y desechada y su algodón es reutilizado para rellenar una pequeña almohada.
Tiempo después, una madre se queja desesperada:
—¡Querido, ayúdame a consolar al niño!¡No sé qué hacer! Se duerme en brazos pero apenas lo acuesto, llora y berrea sin motivo...
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