Asegurar las propiedades del obispado equivalía a sacarse la lotería una vez al mes.
Con su mejor cara de monaguillo, le explicó la conveniencia de contratar con un hijo de la Santa Iglesia.
Ya lo tenía convencido cuando esa mujer comenzó a dar gritos de placer orgásmico en sus manos.
Arrojar el celular por la ventana no le sirvió de nada.
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