Suena el agua de la ducha y el vapor comienza a subir empañando la mampara. Antes de entrar vuelvo a sentir esa molesta picazón en la nuca. Por suerte acostumbro a llevar el pelo muy corto, lo que me facilita la tarea de rastrillar mi cabeza con el peine fino de acero. Un piojo gordo y vivaracho cae del peine al lavabo pataleando con fervor. Maldigo la hora en que acepte ir a la pileta pública. Me dispongo a aplastarlo con la uña y un segundo antes de reventarlo lo escucho decirme: —Pero señor... yo creo en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Que te pareció esta historia?